Rocío de la Cámara: conjunción de clase y bravura




Rocío de la Cámara aguarda en el Cortijo de la Sierra ese sueño de una mujer que nació con una ganadería a su nombre, de la que se fue enamorando profundamente con el paso del tiempo, hasta convertirse en la pasión y la devoción que siente a día de hoy por la cría del toro bravo. Hablamos de una ganadería muy personal, la cual tiene en la rama Osborne el mayor de sus tesoros; sin lugar a dudas, una joya genética que doña Rocío mima como oro en paño.












Fue en el año 1952 cuando Fernando de la Cámara -padre de la actual propietaria- adquiere la ganadería de Silverio Fernández, que por aquel entonces, y tras haber pasado por varias manos -entre ellas por el maestro Marcial Lalanda-, tenía ganado con procedencia del Conde de la Corte. Tras su compra, decide eliminar todo lo que había y conformar su ganadería con toros y vacas de Carlos Núñez, Clemente Tassara -de origen Villamarta- y Samuel Flores. Al nacimiento de Rocío, su padre pone la ganadería a su nombre, y sobre los años 70 decide poner nuevo rumbo a la ganadería, eliminando gran parte del ganado que tenía -a excepción de lo de Carlos Núñez- e introduciendo animales de José Luis Osborne, lo que terminaría por suponer la base genética de la ganadería actual. En años posteriores, han ido realizando refrescos mediante la adquisición de algunos lotes más de Osborne, al igual que de Núñez del Cuvillo, introduciendo de esta manera sangre Juan Pedro Domecq, con la intención de conseguir un tipo de toro bravo y con clase. Para la consecución de tal fin, ha habido dos toreros que han contribuido en gran manera en la búsqueda de estas características, como son los maestros Pepe Luis Vázquez y Juan Antonio Ruiz "Espartaco".












Dicha clase es santo y seña del comportamiento de los toros de Rocío de la Cámara, con esos matices únicos que aporta una línea con tanta personalidad como es la de Osborne. Al igual que morfológicamente, donde esta sangre aporta esos rasgos fenotípicos que hacen fácilmente reconocibles a unos toros que son finos, bajos, de manos cortas y estrechos de sienes, y con una variedad cromática que se convierte en un deleite para el ojo humano, digno de inmortalizar mediante la fotografía. Negros, colorados, castaños, salineros, berrendos, flor de gamón...y ese ensabanado tan único y especial.













Charlar con doña Rocío es todo un gusto y un soplo de esperanza, puesto que sus palabras desprenden esa pasión tan necesaria en los tiempos que corren para la tauromaquia. Una pasión que siempre debe ir acompañada de la unión sin fisuras de todas y cada una de las partes que conforman tan bonito mundo. Profesionales, ganaderos y aficionados estamos en el mismo barco y debemos remar en la misma dirección.












Desde Vida de Bravo agradecemos enormemente que doña Rocío nos abriese las puertas de su casa y nos transmitiese su historia, deseando que su sueño continúe por muchos años más y que se vea reflejado en el galope y las embestidas de sus toros.














































 

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